martes, 27 de mayo de 2008

Carreteras



Piensa que si conduce el coche durante mucho tiempo con las ventanillas abiertas, el aire conseguirá llevarse el nudo que le aprieta en la garganta, el miedo que oprime su corazón. Y a veces lo consigue, a medias, pero lo consigue. Consigue que el aire entre con más fluidez en sus pulmones.

Piensa, que si conduce durante mucho tiempo, va a dejar de pensar, pero eso si que no ocurre casi nunca. Hay ocasiones en que no existe otra alternativa. Alejarse, dejar que el aire entre con violencia, con dolor.

Piensa que si seca sus lágrimas con toallitas húmedas de olor a lavanda, no le quedará en el paladar su sabor de sal. Pero también se equivoca en eso.

Piensa que tiene miedo y no sabe si podrá ocultarlo durante mucho tiempo. No sabe si al final vencerá la cobardía y huirá o dará la cara. El tiempo es una continua sucesión de momentos y eso no lo evita nadie. Cada momento es en sí mismo, toda una historia y la suya por esta vez, comienza con el miedo atenazado en la boca del estómago. Mala manera de empezar una historia.

Piensa que quisiera ser de otra forma, un ser un poco más acuoso, lo suficientemente líquido como dejarse llevar a través de cualquier canal. Pero no lo es. Tiene ese lastre enraizado en la desembocadura del alma.

Piensa que si mira hacia atrás, se ve a si mismo saltando de piedra en piedra, de nube en nube, con el sentimiento árido de que su lugar no está en ningún sitio. Y ahora, tiene miedo a equivocarse de salida y terminar lejos del mar.

Piensa que llegar al destino, a cualquier destino, sólo significa descansar por un corto periodo de tiempo. Luego todo vuelve a empezar de nuevo, con la misma cantinela, con el mismo roce, arañando el mismo surco dejado por el paso de los días.

Piensa que quizá llegará el día en que al abrir los ojos, todo esté inundado de luz. Y sólo entonces, el frío pase, aunque sea abrazado a su sombra.

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martes, 13 de mayo de 2008

La Tía Amparito.

(En el blog de los Berbechos, se propuso hace tiempo escribir sobre "La Tía Amparito", yo llegué tarde con mi aportación. Hoy buscando otra cosa, me reencuentro con lo que escribí.)

Cuando su amiga Gloria la invitaba a casa de la Tía Amparito, era feliz. Ganarse el privilegio de tal invitación suponía una espera paciente, un incesante interés por la salud de la tía y un almanaque mental repleto de cruces hasta ese siempre lejano momento.

La casa de la Tía Amparito era grande con enormes puertas que se resistían a ser empujadas, con un profundo olor a madera e inmensos ventanales llenos de luz.

Tener una Tía Amparito con olor a lavanda era todo lo que se podía desear, porque la tía de Gloria tenía un millón de álbunes con un millón de fotos de un millón de sitios y con cada foto un millón de historias, pero además tenía un piano apoyado en la pared con el que regalaba melodías tan dulces como su sonrisa y una habitación llena de libros donde te emborrachaba el olor a papel viejo y el mejor chocolate del mundo, espeso, oscuro, caliente.

Año tras año, mi carta a los Reyes Magos incluía una Tía Amparito que nunca llegaba. Al menos Gloria tenía una con la que me dejaba jugar de vez en cuando igual que si fuera una muñeca valiosa, como hacen las buenas amigas.

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