Imágenes (7)
Huele a tierra mojada. Absolutamente todo, huele a tierra mojada. Es el olor a vida, a naturaleza en su estado más primitivo. Un olor solo suavizado por el aroma dulce de las higueras y las uvas maduras.
Es de noche, aunque allí nunca es noche del todo. Hay un millón de estrellas en un cielo limpio, inmenso. Un espectáculo de oscuridad y luz que abraza la montaña y vigila los riscos y los mil manantiales. El verano en la montaña es otro verano distinto.
A la izquierda, un perro grande dormita con los ojos medio abiertos mientras una mano se posa en su enorme cabeza. El vaivén de su respiración impulsa una caricia lenta, acompasada.
Se oyen crujidos, aleteos y un poco más allá agua que escapa. El resto es todo silencio. El tiempo queda suspendido, acomodado entre las jaras y los helechos. No hay nada más allá. Lo que no puede verse, es solo espesura, masa oscura y cerrada.
A la derecha una mano anexa a otro cuerpo cuelga relajada. Es imperceptible el momento en que ambas manos se rozan, se descubren cerca. Se escucha ese silencio como si se oyera una melodía. Se disfruta dejándose mecer por una brisa suave, como un soplido sin fuerza que acaricia por segundos las hojas de cada árbol. Una brisa leve con olor a tierra mojada.
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IMÁGENES (1)
Hay una habitación estrecha y alargada. La puerta y la ventana se enfrentan como invitando a entrar y salir seguidamente, sin pausa. A la izquierda hay una pequeña cama pegada a la pared. El cabecero de metal descansa en el hueco que la puerta no ocupa. Los pies rozan el marco si la ventana está abierta. Una ventana de madera imposible de cerrar del todo, por donde el aire entra a veces susurrando nanas, a veces un nombre.
Debe ser verano. Hace calor. Tampoco se puede saber a ciencia cierta. La ventana está cerrada y algo impide que entre la luz de la calle.
Encima de la cama hay una niña muy pequeña, muy delgada, de pelo corto y oscuro y ojos negros y grandes, hundidos, febriles. Le cuesta mucho respirar. Todo le huele a jarabe de fresa. La falta de aire la mantiene en una especie de sueño ligero. No tiene nada que recordar aun. Tampoco tiene porqué entender nada. Solo es consciente de un espesor que impide que la saliva pueda deslizarse por su garganta. Consciente de una sed dolorosa.
Las paredes están desnudas como la niña y como ella, tienen un color pálido, apagado. Un farolillo rojo del tamaño de una mano, oscila con un movimiento leve e incesante desde un gancho que sobresale de la esquina más cercana.
En algún momento del día o de la tarde o tal vez de la noche, un hombre se acerca muy despacio a la cabecera de la cama. La niña está absorta en las mil formas que la luz roja del farolillo refleja en la pared. Son dibujos imprecisos, desenfocados. Círculos que se abren y se cierran según el movimiento de la luz.
El hombre la mira. No sabe si duerme con los ojos abiertos. No sabe si es consciente de su presencia. No sabe si la fiebre la mantiene en el sopor de un limbo tranquilo e indoloro. Solo se escucha la respiración de ambos y un murmullo lejano que sube de la calle.
La niña intenta decir algo, pero su garganta reseca e hinchada se lo impide. Susurra. Utiliza el poco aire que contienen sus pulmones. El hombre acerca el oído a los labios agrietados. Siente un calor intenso. El fuego que escapa de un cuerpo tan pequeño es como un espejismo.
“No llores abuelo que no me voy a morir”.
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Me canso y no te alcanzo por mucho que corra pegado a tu sombra y no reconozco tu voz y me asusto y me inquieta pensar que te olvido como a la voz de un muerto.
Me impido continuar y aun así continuo y me pliego y me expando y sudo la distancia, aunque solo me alejo de mi o de la imagen de mi en color pastel difuminado.
Me reprocho perderme en la segunda vocal de un nombre que no conozco, que no distingo de otros nombres que callo.
Me oculto la verdad y mi mentira me recuerda el deseo de silencio que es más fuerte que un grito, el de la madrugada, el de la soledad al comienzo del sueño.
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La carta dice así:
"Di que me llamo María. En realidad mi nombre no le importa a nadie. Lo he oído tantas veces de una boca que lo ensuciaba que escucharlo me da asco. Así que di que me llamo María. Cuenta que mi vida es una mala pesadilla de la que no he podido despertar, de la que ya he perdido la esperanza de despertar.
Diles que cuando le conocí yo era dulce, sonreía y tenía una vida y él llegó con su dulzura, con su sonrisa y con su vida en la que me ofreció entrar. Háblales de que al principio fue el amor quien me cerró los ojos, y que después, poco tiempo después, fueron sus puños bañados de odio quien me los cerraba una y otra vez.
Explica porqué la vergüenza y el miedo me dejaron muda durante tanto tiempo, porqué sorbí despacio y en silencio mi propia sangre, mis propias lágrimas, porqué volvía una y otra vez, esperando un grito más, un insulto más, un golpe más, hasta que cada humillación llegó a convertirse en un regalo, hasta comprender que bajar la cabeza a veces y sólo a veces, tranquilizaba al monstruo.
Quiero que sepan que sentirse débil, que sentirse vulnerable, duele tanto como los golpes, quiero que lo sepan y que sepan que lo intenté, que intenté deshacerme de la desesperanza y luchar por entrar en la vida con el mismo coraje con el que ahora lucho por salirme de ella. Ojalá hubiera sido más fuerte, lo suficiente para comprender que no hay nada capaz de aplacar al monstruo y que no hay monstruo que te permita ser lo suficientemente fuerte como para comprenderlo.
Explícales que he decidido desprenderme de este dolor que con igual fuerza agita mi corazón, que lo detiene a ratos en un segundo eterno. Ya ni tan siquiera encuentro otra manera de hacerle daño, salvo alejándome de él y regalándole mi último momento de sufrimiento inútil, ese con él que tanto goza.
He acallado para siempre el timbre de la puerta y el sonido estridente del teléfono. No quiero que nadie interrumpa esta muerte, el único acto voluntario y feliz que recuerdo desde hace mucho tiempo. No sé cuál es la dosis necesaria para comprar el billete de ida. Resulta cómico pensar que la muerte se encierra en este frasco que baila entre mis manos magulladas, una muerte dividida en minúsculas porciones de color.
Quiero que les leas esta carta, con las últimas migajas de esperanza que me quedan, para que esto no se convierta en mi último monólogo.
Fdo. María."
Hoy día 25 es el día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra las Mujeres.
Multitud de actos apoyarán en todo el mundo a las mujeres maltratadas y recordarán con cariño a las que murieron a manos de sus parejas. Pero quiero dedicar un momento a las que si nada lo remedia aun no están en esas listas, pero que estarán, y a las que no aparecen por engrosar otras listas, las que de quienes no siendo capaces de tomar las riendas de su vida, lo hacen con las riendas de su muerte. A ellas mi recuerdo.
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Ella es lo que parece:
Ayer, una diosa flotando dentro de una burbuja blanca.
Una sonrisa anaranjada en la cara de un niño.
Un libro salpicado de palabras.
Después, la fuerza disfrazada de “amigos para siempre”
La rabia envuelta en papel celofán e incertidumbre
La distancia cercana de un adios pegado en las paredes.
Ahora, la libertad en su estado más puro
El rubio de su pelo bailando con el viento
Todas las melodías que caben en una caracola.
Ella es justo lo que parece,
Siempre mi alma
Mi estructura, mi fuerza, mi templanza.
Mi diosa flotando dentro de una burbuja blanca.
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Mi lengua, esclava del sabor a canela y limón de tu cuerpo,
de tu olor a deseo.
Mi lengua, que pide a gritos poder ser recipiente del alma que sobre ella derramas.
Mi lengua, cómplice de un sueño que me roba la piel,
que estorba la distancia, que busca incesante, golosa.
Mi lengua, perfecta resonancia de tu nombre
prisma del fondo de tu boca.
Mi lengua, que sube lamiendo tu frente, la boca abierta,
el cuello erizado.
Mi lengua, que baja demorando el momento,
muriendo extasiada de sed.
Mi lengua, que siempre te busca
que siempre te encuentra.
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