Anoche soñé con mi hermano. Me pasa a veces. No sé cuál es el detonante, pero si estoy nerviosa por algo o tengo mucho trabajo o en definitiva la vida se me pone un poco de punta, sueño con él. El sueño no es siempre el mismo, aunque el fondo del asunto sí. Sueño que estoy en un lugar -da igual dónde- nunca es el mismo sitio, y aparece mi hermano que tiene veinticuatro años, los mismos que tenía, y quiero pegarle y chillarle y pedirle explicaciones, pero él me sonríe y ya solo tengo ganas de llorar. Lo peor del sueño es que la gente que hay a mi alrededor no da importancia a su presencia. Y yo les grito que si no se dan cuenta de que él está allí. Es como si yo fuera la única persona consciente de que mi hermano lleva muerto casi catorce años. Y me duele el tiempo perdido.
Mi hermano era dos años menor que yo. Todo el mundo le llamaba Chele, él mismo se llamaba Chele. No tengo ni idea de quién le puso ese apodo, creo que mi padre. Pero siempre se llamó Chele. Era un tipo peculiar. Hasta pasar la adolescencia, era un personaje débil y delicado. En el colegio no jugaba con los chicos porque eran muy brutos y si había problemas corría a pedir ayuda a mi otro hermano -tres años menor-. Siempre fue un madrero, su mamá le mimaba mucho más que las mamás de los otros niño a los otros niños. En eso no había discusión. Si le preguntabas que qué quería ser de mayor, él siempre contestaba que soltero. Un cachondo.
Cuando pasó la adolescencia, consideró que eso de ser soltero, era su vocación, y lo convirtió en su filosofía. Aun hoy no puedo imaginar qué su vida hubiera cambiado tanto como para pensarlo casado y con hijos. No sé, la vida -si se deja- da muchas vueltas, pero sería iluso creer que mi hermano tenía aspiraciones familiares (mi madre sí lo imagina así, pero era su madre). Tenía esa poca vergüenza de los que pasan por la vida como flotando en altibajos perpetuos. Ahora lo tengo todo, ahora no tengo nada. Y yo, su hermana mayor, pretendiendo siempre apaciguar en férreo control todas sus inquietudes, porque siempre tuve la sensación de que en cualquier momento se convertiría en ladrón de guante blanco, chulo de putas caras o vendedor de almas.
Su gran pasión eran los coches, las motos, la velocidad. Un año antes, un amigo común se mató con una moto, se quedó abrazado para siempre a un puto quitamiedos. Y mi madre se pasó meses llorando cada vez que en la calle se escuchaba la música de los 1.000 caballitos de la moto de mi hermano. Ahora entiende que de nada sirvió que se deshiciera que aquella colosal Honda, el destino está ahí y no hay madre que lo cambie.
Aquel día llovía, llovía mucho. Entonces mi hermano se ganaba la vida en una empresa de compra-venta de coches. Su trabajo consistía entre otras cosas, en probar los coches que posteriormente, con su beneplácito, eran comprados por la empresa para después venderlos. Volvía de Altea, donde fue a recoger uno de esos coches y que era uno de sus lugares favoritos, tal vez y entre otras cosas porque allí vivía una preciosa rubia a la que visitaba a menudo. Sé que amaba los coches, sé que era capaz de conducirlos mucho mejor que cualquiera, sé que si le hubieran preguntado hubiera dicho que aquella fue una buena muerte, aunque demasiado pronto.
No quiero pensar como sintió ese segundo antes, mientras el coche surfeaba sobre la curva y quedaba patas arriba en la mediana de la carretera de Valencia. Fue un segundo, pero no quiero pensarlo. Tampoco quiero recordar la llamada de la Guardia Civil, ni el momento de ir a reconocer su cuerpo, ni cuando escuché el grito de mi madre al bajar del coche que imaginó la llevaría a un hospital y no a un tanatorio, ni cuando mentí a mi hija para no decirla que hubo ese segundo en el que no quiero pensar. De todo eso no voy a acordarme.
Menudo pedazo de cabrón. Durante las horas que estuvo en el tanatorio exhibiendo su media sonrisa, aparecieron tres mujeres (de distintas edades) reivindicando su estatus de viuda llorosa. Que hijo de puta, me pasé horas intentando que aquello no acabara en batalla campal, mientras él seguía allí resguardado detrás del cristal. Así que cuando sueño con él, creo que es para soltar toda la adrenalina que pueda tener acumulada. No puedo perdonarle. No puedo perdonar que no se quedara un rato más para compartir con nosotros tantas cosas.
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